También es más que evidente que ese cambio no implica mejora alguna sino simples modificaciones más o menos adaptativas restringidas por las condiciones ecológicas locales persistentes en cada momento. Así, a pesar de la omnipresente visión basada en la supremacía del ser humano no está nada claro que desde el punto de vista evolutivo un mamífero sea superior en modo alguno a un cefalópodo, un artrópodo o una simple bacteria. Ello es debido a que los mamíferos en general y los humanos en particular no somos más que el azaroso resultado de múltiples eventos, como por ejemplo el que hace varios miles de millones de años unas insignificantes bacterias expulsaran como subproducto de
Similarmente, dentro del devenir histórico si unas pocas especies vegetales (trigo, cebada, mijo, maíz, patata, …), un número más que reducido de distintos mamíferos herbívoros como ovejas, cabras o vacas y un par de especies aviares (patos y gallinas), todas ellas previamente salvajes no hubieran acabado siendo por casualidad tan dóciles y tan útiles a esos más que curiosos primates bípedos que se desplazaban errantemente en busca de caza, pesca y frutos silvestres no se hubiera producido nunca esa explosión demográfica,
Pero quizás la característica que muestra más palpablemente el paralelismo de ambos procesos, el evolutivo y el histórico es que las unidades de ambos sistemas: las especies o los pueblos no cambian sólo por las presiones del medio ambiente, sino que las interacciones entre distintas especies que comparten el mismo ecosistema o las diferentes entidades grupales humanas de una misma región se influyen mutuamente de tal manera que se crean inextricables equilibrios locales estables, que sin embargo pueden derrumbarse rápidamente por la aparición de nuevos jugadores.
Otro ejemplo de esa dicotomía entre coevolución y contacto brusco de las interacciones evolutivas nos incumbe a los humanos como especie. Mientras que en nuestra África ancestral las diferentes especies de grandes mamíferos pudieron ir adaptándose a lo largo de millones de años a unos extraños seres bípedos que con el paso del tiempo fueron haciéndose lentamente cada vez más cabezones a la par que muchísimo más peligrosos, la llegada de sapiens modernos pertrechados con una cada vez más letal tecnología fue exterminando a las especies de gran tamaño que habían ido evolucionando en aislamiento en cada una de las remotas regiones, continentes, archipiélagos e islas que el insaciable espíritu aventurero humano fue colonizando en una ya prácticamente terminada expansión planetaria que ha durado la friolera de varias decenas de miles de años. Especies animales que no tuvieron oportunidad alguna frente al más terrible depredador que ha dado la evolución en la Tierra.
Pues bien, algo totalmente similar ha venido ocurriendo a lo largo de la Historia. Aquellas tribus, grupos o poblaciones que se encontraban en contacto entre sí acabaron desarrollando mecanismos de equilibrio que, aunque basados en la perpetua competencia y muchas veces en el enfrentamiento más sangriento, permitió durante siglos (cuando no milenios) la supervivencia de las distintas culturas o entidades políticas de un determinado continente ya que fueron coevolucionando juntas. Y como en el caso de las extinciones masivas de especies por contacto de grupos previamente aislados, cuando el hombre blanco inició su imperialista expansión, primero a América y luego a cada una de las islas cada vez más remotas de la Tierra, el mismo patrón de aniquilación sistemática de las estructuras sociales, económicas y políticas, junto con el casi total genocidio de poblaciones enteras de aborígenes que no habían desarrollado no ya las armas, sino como ha demostrado muchas veces la Historia, ni siquiera esa mentalidad dual tan "exitosa" (al menos en términos biológicos) del hombre blanco, a la vez expansiva y opresora, se fue repitiendo una y otra vez llegando a un resultado final que no podía ser otro más que el de igualar en el exterminio por ejemplo a marsupiales y aborígenes que habían aprendido a coexistir aunque fuera de manera imperfecta en las lejanas tierras australianas.
Por ello, a partir de los estudios realizados en las última décadas se está imponiendo cada vez más la visión de que es más que necesario preservar libre de injerencias tanto esas especies como esas culturas que han evolucionado en aislamiento y que la exposición a un mundo globalizado únicamente termina con la desaparición de las mismas. Así desde el punto de vista medioambiental no sólo se han creado multitud de reservas de vida salvaje y parques naturales, en donde se limita cuando no se impide la presencia tanto de humanos como de especies foráneas, sino que en diversos casos se ha planificado la erradicación completa de esas especies invasoras para intentar preservar la fauna y la flora autóctonas de distintos lugares.
En el caso humano la situación es todavía más perentoria ya que los cada vez más escasos pueblos aislados necesitan ser protegidos del exterminio directo llevado a cabo por grandes terratenientes y empresas extractoras de los más que suculentos recursos naturales que abundan en sus tierras ancestrales o del indirecto producido por las
Pero este casi inevitable genocidio cultural y físico que se produce cada vez que un grupo aborigen contacta con una civilización más avanzada técnicamente ni siquiera necesita de que sea siempre el grupo más "civilizado" el causante directo del exterminio de los nativos. La llegada de nuevo conocimiento o de herramientas a aborígenes que no han tenido tiempo para descubrir y sobre todo asimilar por si mismos el inmenso poder de la tecnología puede servir para que los diversos grupos autóctonos pierdan sus ancestrales equilibrios políticos y aquellos clanes que más rápidamente interaccionan con los extranjeros o que saben sacar partido al nuevo conocimiento pueden ser los responsables del exterminio de otras tribus más apartadas o menos curiosas. Eso es lo que ocurrió en la
Sería por tanto decisivo asimilar el paralelismo de este doble conocimiento biológico e histórico acumulado para evitar repetir los mismo errores en el futuro. Por ello el principio de no injerencia más absoluto debería estar grabado en piedra en las leyes de cualquier civilización desarrollada que quiera ser reconocida como tal y desborda el actual ámbito de nuestra sociedad para entrar de lleno en lo que por ahora sólo puede ser considerado política ficción o incluso directamente ciencia ficción.
Por tanto sería más que recomendable que, antes de empezar a pregonar (tan prepotentemente como es habitual entre los sapiens) a los cuatro vientos del Universo nuestra existencia y nuestro más que modesto poder científico, reflexionáramos como especie sobre las ventajas, pero quizás más importante sobre los más que evidentes inconvenientes y problemas de ese hipotético contacto estelar. Yo personalmente sólo espero que esas civilizaciones infinitamente más avanzadas que la nuestra, que deben por pura lógica y simple estadística existir en este vasto Cosmos que habitamos, hayan llegado a esta misma conclusión y tengan como norma básica de sus relaciones intergalácticas el principio de no injerencia más absoluto. Ello explicaría además la más que llamativa Paradoja de Fermi.
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