La Agencia de Protección del Medio Ambiente estadounidense (EPA) es el organismo del gobierno federal de los EEUU encargado de proteger la salud humana y el medio ambiente en todas sus variantes: aire, agua y suelo. Cuenta con más de 14.000 expertos repartidos en docenas de laboratorios y su cometido principal es realizar todo tipo evaluaciones ambientales sobre cualquier aspecto que pueda afectar a la salud y al medio
Pero entre sus múltiples poderes destaca el de emitir regulaciones, que son de obligado cumplimiento dentro de la legislación federal de los EEUU y que determinan los estándares de calidad de aire, el agua o el suelo, por lo que estas normativas están siempre sujetas en una democracia a la presión de diversos colectivos enfrentados. Así en general, los grupos ambientalistas y los defensores de la salud pública abogan para que la EPA sea cada vez más restrictiva en sus estándares y medidas y por el contrario la siempre poderosa industria de los EEUU tiende a considerar que esta agencia es una extralimitación del gobierno que únicamente añade regulaciones innecesarias que dificultan la sacrosanta
Esta sorprendente (y más que nefasta) decisión ha sido más que celebrada por diversos colectivos en defensa de los animales porque según Justin Goodman, vicepresidente de un grupo de animalistas con sede en Washington
es una victoria decisiva para los contribuyentes, los animales y el medio ambiente
Y aunque parece que no se ha dado cuenta con su (más que peligrosa) argumentación (para la salud humana) este animalista ha tocado como primer punto el más candente: el dinero de los contribuyentes pero también de las empresas, tal y como se ha encargado de recalcar Andrew Wheeler, un alto cargo de la EPA que indicó bien a las claras por donde soplan los nuevos aires en las diferentes agencias bajo la administración Trump al decir que
la experimentación con animales es costosa y requiere mucho tiempo
Porque cualquier producto que en la actualidad sale al mercado en los EEUU debe asegurar su inocuidad y entre las diversas pruebas exigidas actualmente está la de no ser tóxico en los siempre útiles modelos animales, generalmente el humilde ratón de laboratorio. Pero a diferencia de los modelos in vitro, en donde en unos pocos días (y por poco dinero) se puede observar si un determinado compuesto mata a células en cultivo, los experimentos de toxicidad en animales son largos puesto que no sólo hay que observar que los ratones no mueran de manera inmediata o a corto plazo, sino que hay que determinar también si aparecen reacciones o daños a largo plazo, por lo que también son muy costosos puesto que hay que mantener a los animales en animalarios cada vez más sofisticados durante semanas o meses y luego analizar múltiples tejidos y órganos de esos mismos animales para descartar efectos secundarios localizados, y esos análisis están lejos de estar automatizados.
Y este ha sido desde siempre el caballo de batalla de la industria, eliminar los ensayos con animales y sustituirlos por otros "más rápidos, fiables y baratos". ¿Y cuales serían estas nuevas y maravillosas pruebas que permitirían eliminar a los animales de la ecuación regulatoria? Pues según los portavoces de la industria y de los animalistas los modelos bioinformáticos
y la tecnología de "órganos en chip" son la solución.
¿El problema? Que a día de hoy y más que previsiblemente en el 2035, a pesar de la inyección de fondos que dice "asegurar" la EPA que va a realizar en los próximos años en el campo, ninguna de estas dos aproximaciones más que parciales, aun cuando estuvieran lo suficientemente perfeccionadas, servirían nunca para replicar todas y cada una de las complejísimas interacciones que se dan a nivel fisiológico en un ser vivo.
Porque no hay que ser ya un investigador experto en biomedicina, sino cualquier estudiante universitario, para saber que un ser vivo es el más que complejo resultado de una jerarquía de niveles de organización desde las moléculas, pasando por las células, los tejidos y los órganos hasta llegar a la homeostasis final del organismo completo.
Así, siendo reduccionistas si sospechamos que un compuesto químico puede interaccionar con un proteína se puede hacer un ensayo in vitro. Si queremos saber si otra molécula es tóxica para hepatocitos o células pulmonares también se pueden ensayar cultivos de estas estirpes celulares. Pero ¿tendremos dentro de 5, 10 años o en el 2035 "órganos en chip" para todos y cada uno de los tejidos y órganos del cuerpo humano? Porque si se han desarrollado varios o muchos de estos miniórganos artificiales, pero falta por ejemplo el correspondiente al hígado o al corazón la pregunta más que relevante que hay que trasladar a la opinión pública es si vamos a jugar a la ruleta rusa con un nuevo compuesto porque no ha dado toxicidad en los otros 15 órganos artificiales ya disponibles, simplemente por no sacrificar a un par de docenas o de cientos de ratones por motivos éticos o peor aún, por motivos pecuniarios.
Es más, aun cuando esta quimera (por ahora casi de ciencia ficción) de los miniórganos artificiales, se hubiera cumplido en su totalidad todavía faltaría analizar el componente holístico (tomado en el sentido etimológico de la palabra propiamente dicho y no en el místico). Ya que a día de hoy sabemos (y lo que nos queda por conocer) que por ejemplo el corazón no es sólo un conjunto de células cardiacas o el hígado de hepatocitos, sino que diferentes sustancias biológicas producidas en otros tejidos y células itinerantes (principalmente, pero no sólo del sistema inmune) juegan un papel fundamental en la correcta homeostasis de cada órgano en particular.
Por poner un más que llamativo ejemplo de mi campo de investigación, la inmunología, un grupo de colegas del CNIC descubrieron hace algún tiempo (por cierto utilizando a esos sufridos ratoncillos de laboratorio) que unas células del sistema inmune llamadas neutrófilos, tenían dos
Algo similar ocurre con los modelos bioinformáticos, que tampoco olvidemos se nutren de los datos experimentales (también obtenidos por esos ahora poco éticos y casi delictivos ensayos con animales) para sus simulaciones, de tal manera que si los complejos mecanismos que actúan coordinadamente en cada órgano no se conocen con exactitud, los resultados que ofrezcan esas computaciones serán en el mejor de los casos un simple ejercicio teórico, nada práctico y más que peligroso ensayo para determinar si un compuesto es inocuo o tóxico en tal o cual situación fisiológica.
Visto en perspectiva, tanto los modelos bioinformáticos o los análisis "en chip", lejos de sustituir a los actuales modelos animales se deberían incluir dentro de los protocolos habituales de determinación de toxicidad tras los análisis con células in vitro anteriormente indicados y antes de los propios estudios con modelos animales, de tal manera que si alguna sustancia implicara una alta probabilidad de toxicidad computacionalmente o en estos ensayos con miniórganos, el compuesto se debería desechar sin necesidad de exponer a varias decenas o centenas de animales en costosos (y probablemente fallidos) ensayos in vivo. ¡Eso sí que sería verdadera preocupación por el bienestar animal sin tener que escatimar en la salud pública humana!
Pero jugar con la vida de las personas porque un algoritmo cibernético o varios miles de células cardiacas y similares colocadas encima de una sofisticada placa de Petri del siglo XXI no detecten la toxicidad de tal o cual compuesto, sólo para acortar y abaratar los tiempos y los costos de las evaluaciones ambientales o para dar tranquilidad a la conciencia de unas personas que por otra parte comen mayoritariamente (como casi todo hijo de vecino) y hasta con sumo placer a veces la carne de los más variados mamíferos puede ser una de las mayores irresponsabilidades que las autoridades competentes en la materia puedan perpetrar.
P.D.
Los modelos murinos pueden no ser perfectos (tal y como más que interesadamente multinacionales implicadas y animalistas sin formación difunden a los cuatro vientos) porque a pesar de que compartimos el 99% de los genes con ellos, entre ratones y sapiens existe la friolera de 75 millones de años de separación evolutiva, más o menos cuando todavía dominaban el mundo los dinosaurios del Cretácico. Ello significa que quizás no todo lo que daña o mata a un ratón puede que no actúe de forma similar a un humano pero ¿quién va a apostar su vida por ello? Es por tanto que los miniórganos derivados de células humanas, con todas sus limitaciones, puedan rellenar un pequeño hueco acerca de la especiación humana y eliminar alguno de los compuestos que no siendo tóxicos para los simpáticos roedores sin embargo interaccionen negativamente con alguna de las nuevas rutas biológicas inventadas por nuestros ancestros primates en los últimos eones. En resumen, sí a las nuevas tecnologías aplicadas a la seguridad medioambiental pero sin descartar nunca a los viejos (y más que útiles) ensayos tradicionales, aún cuando signifique la muerte de esos simpáticos y más que útiles ratoncillos de laboratorio con los que es dificil no encariñarse después de varias décadas de interacción.
Entradas relacionadas:
* Experimentación animal: al final tendremos que investigar sólo con humanos
* ¿Son imprescindibles los animales de experimentación?
* De ratones y hombres: amor, fidelidad, familia y cuidados parentales
* Alteración de la conducta humana por parásitos y el libre albedrío